Nacer es algo más complicado que llegar al mundo. Con el
nacimiento, uno aparece repentinamente inmerso en un sistema constituido por un
cúmulo de usos y costumbres, prejuicios, leyes, gobernantes, gobernados y
tantísimas cuestiones más que funcionan todas interrelacionadas unas con otras.
A medida que crecemos nos vamos mimetizando e integrando con todas esas cosas a
las que, con el correr del tiempo, las terminamos aceptando e incorporando como
buenas, como lo dado, como lo que corresponde. Es así que damos por buenas
muchísimas cosas simplemente porque así las conocimos. Es por eso que aceptamos cosas inaceptables. Sencillamente
la aberración de lo que es inaceptable no se ve porque ya lo hemos mamado, ya
lo hemos absorbido y ya figura como “lo que corresponde” en nuestro archivo
mental.
He escrito un libro, que pone en evidencia todo aquello que no se ve aunque ahí esté, a la
vista de todos, exhibiéndose abiertamente. Enterarse de esto marca un antes y un después que nos
permite ver la realidad desde una perspectiva nueva y que a raíz de ello nos
deja con posibilidades sorprendentes al alcance de la mano.
No vemos la distorsión de lo que nos rodea porque hay cosas
que condicionan tremendamente nuestra capacidad de observación, análisis y
evaluación. Paradójicamente una de esas cosas es la razón. Es realmente
llamativo ver cómo el ser humano confía en la capacidad de la razón para
analizar, juzgar y decidir. El hombre da por hecho que la razón es un
instrumento perfecto en contradicción con el acaecer de los hechos, de los que
se desprende de manera incontrastable que la razón es un instrumento muy
imperfecto aunque sea el mejor que poseemos. Por ejemplo, los astronautas que
viajaron a la luna, de manera previa y dejando de lado toda razón, comprobaron
centenares de veces el funcionamiento del equipo, de las naves, del plan de
vuelo y a sí mismos (entrenamiento). Si la razón fuera absolutamente confiable,
no habría nada que probar ni comprobar. Todo entrenamiento sería innecesario.
Para toda la planificación, un razonamiento correcto sería más que suficiente.
La razón, si tuviera el grado de eficiencia que le atribuimos, no necesitaría
nada más que a sí misma. No se me ocurre nada que haya sido más estudiado (más
razonado) que las misiones espaciales a la luna, sin embargo, aun sumándole a
lo planificado por la razón los centenares y millares de pruebas y prácticas,
llegó un momento en el que… “Houston, tenemos un problema”.
En definitiva, la razón es un instrumento de doble filo muy
peligroso. Lo irresistible de su “razonabilidad” termina haciéndonos comprar gato
por liebre. Si nos dicen que a diferencia de la televisión tradicional, la
TDT (TV digital terrestre) llega a las pantallas de nuestros hogares por medio de
la emisión de fotones de oscilación media, lo aceptaremos sin reparo alguno, no
obstante ser la explicación absolutamente falsa. El antecedente del
funcionamiento de la TV tradicional dota a esta explicación de una
“razonabilidad” tal que nos lleva a aceptarla sin más.
El mismo mecanismo funciona en la estructura social. Si
usted cree que vive en democracia, que es una persona libre y que goza de
bienestar dado que lo que lo rodea “razonablemente” indica eso, yo en cambio le
aseguro que usted no es más que un esclavo condenado vitaliciamente a sostener
el buen vivir de otros. Me atrevo a asegurarle que
luego de leer el libro cambiará de opinión. La nueva percepción de la realidad lo habilitará para
actuar a fin de acabar con su esclavitud.
El desarrollo del trabajo se basa en el caso español aunque
todo lo escrito es aplicable de manera absoluta a todo el tercer mundo
latinoamericano. Es una ironía que España que no parece ser tercermundista, sea
el país más despótico y tiránico para sus habitantes. Los jerarcas españoles
poseen un poder impresionante y dado el vecindario que el destino les adjudicó (la
UE), las sumas de dinero que circulan por sus manos son astronómicas (MILES de
millones de EUROS). El caso español es muy interesante, pues es en el que mejor
se puede ver el funcionamiento del tercermundismo. En virtud del gran
contrapunto entre lo que aparenta ser y lo que realmente es, no queda espacio
para las medias tintas.
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